Cuando no has aprendido a mirar sin condenar

No es delito,
aunque lo repitan los púlpitos
como si Dios les hubiese dictado leyes entre truenos.
No es enfermedad,
aunque lo recen las tías entre dientes
y se expulse en casa como si fuera un demonio con nombre propio.
No es moda,
aunque la tele lo encierre en escándalos
y la sociedad lo mire con esa asfixiante condescendencia.
Es solo amor.
O deseo.
Y ternura sin disfraz.
Un sentir que no necesita justificación
ni traducción para los bienpensantes.
Y no lo vivo,
no lo sufro en mi piel,
pero lo veo todos los días:
la vergüenza impuesta,
las correcciones que no corrigen nada,
las miradas que castigan por costumbre.
¿Desde cuándo sentir
necesita permiso?
¿Desde cuándo besar
es un acto revolucionario?
Aquí, donde la tradición se blande como garrote,
y la fe se mezcla con el odio
hasta dejarlo irreconocible,
ser diferente es suficiente para ser condenado.
Y aun así, aman.
A escondidas.
Con rabia.
Con miedo que no merecen
y dignidad que muchos no podrían sostener.
Yo solo puedo decir esto:
que amar no es delito.
Que la libertad de ser
no necesita aprobación familiar, ni parroquial, ni estatal.
Y que ya basta.
De estereotipos.
De inquisiciones sociales disfrazadas de cultura.
De tener que explicar el fuego
como si quemarse no fuera también un derecho.
Admiro a quienes tienen fuego y no lo muestran
porque aprendieron que aquí
una chispa basta para ser señal.
No hablo por ellos.
Solo hablo con ellos.
Porque nadie debería tener que mendigar
el derecho a amar.
AUTOR: SPEE
REDACCION: EQUIPO LORDE.
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